2 de diciembre de 2015

Ir más allá de nuestra imagen

Todos somos actores que nos identificamos con un papel tanto, que dejamos de ser nosotros mismos. Esa es una tragedia de la que no nos damos ni cuenta. Y no hay mayor locura que dejar de ser nosotros para convertirnos en el que creemos ser. 
Conocí el caso de un actor, hace muchos años, que tanto se identificó con el papel que llevaba años representando, que se perdió a si mismo y acabó en un psiquiátrico para recuperar, paradójicamente, al que nunca había dejado de ser. 
Nos identificamos con la máscara, con el ego, con nuestro repertorio de personajes, que luego tenemos que hacer un trabajo muy intenso de desidentificación para poder recobrar lo que somos.
La parábola del Hijo Pródigo adquiere aquí todo su significado profundo y no el meramente literal que a nadie convence. Totalmente desencantado de lo que acontece en su mundo exterior, el hijo pródigo regresa al hogar y se reconcilia con el padre. El hogar es él mismo y el padre es su yo más profundo, su verdadera identidad. 
En realidad todas las parábolas, tienen una lectura más profunda que la que se les da externamente. Muchas veces, se imparten enseñanzas recurriendo a parábolas, símiles o relatos. ¿Por qué? Porque las experiencias de orden místico, no se adquieren por conceptos.
Todos somos hijos pródigos, huérfanos de nosotros mismos. Hemos optado por el exilio y ahora tenemos que buscar el medio para regresar a nuestro hogar inerior. En cierto modo, todos estamos buscando mapas espirituales, brújulas para encontrar el norte hacia nosotros mismos.
Experimentamos insatisfacción porque incurrimos en el falso enfoque de creer que podemos taponar nuestros agujeros psíquicos con logros en el exterior, con personas y objetos. Así vamos poniendo remiendos a un paño viejo y lo desgarramos aún más. Nos pasamos la vida aletargándonos con remiendos. Continúa la búsuqeda hacia afuera, en lugar de hacia adentro, un afán por conocerlo todo, menos al conocedor. 
De ese modo cada día se identifica uno más con el personaje y se consolida más una imagen. Entonces, más angustia existencial, más ansiedad, más desorientación y ofuscación. De nada sirve lavar manchas de tinta con más tinta. Al sentirnos incompletos, inacabados, insatisfechos, se apodera de nosotros la angustia y el desconcierto. 
El cuenco vacío no está lleno de nosotros mismos. Queremos llenarlo de todo menos de nosotros mismos y entonces, provocamos más insatisfacción y un sentimiento de desconsuelo. Pero hay personas que tienen la fortuna de darse cuenta de que no se pueden completar con lo que está fuera, sino que es necesario completarse por uno mismo. El descontento persiste si uno cree que sólo con personas, actividades externas y logros en el exterior podrá sentirse pleno y esa, es una de las grandes enfermedades que abona esta sociedad, al final uno pierde de vista el camino del retorno y se va distanciando más de sí mismo. 
Pero si la persona se percata en un momento de gloria de que hay que tomar la senda hacia adentro y no solo activarse hacia el exterior, empieza a aproximarse a su verdadero ser. La identificación nos tiene tan narcotizados, que cuesta mucho llevar a cabo el "desaprender" consciente que nos hará despertar. Desde la somnolencia, es fácil hablar del despertar, pero otra cosa es conseguirlo. Hay que dejar de creerse el personaje que uno representa para ser consciente del interprete. 
El actor debe saber que está actuando. De no ser así, sucumbe a la hipnosis de lo que representa. Somos simples comparsas en el escenario de luces y sombras de nuestras vidas. Estamos tan dormidos que aun cuando a veces despertamos o semidespertamos por unos instantes, enseguida nos volvemos a dejar vencer por la somnolencia.
Solo mediante el firme propósito del trabajo interior, podremos ir consiguiendo "golpes de luz" que nos permitan tener vislumbres de la otra realidad, o sea, de la Verdadera Realidad. Si algo he aprendido, es que hay mucho que desaprender. Y sin aprendizaje, el resto de nuestra vida perdería todo su sentido.
Ramiro Calle

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